31/12/08

VIENTO

Es de noche. Los dos fumamos, y nada nos puso contentos.
El duerme arriba, calladito, ni siquiera habla dormido, ni ronca, ni se mueve. No quiso tener sexo.
Yo prefiero escribir en la cocina.
Una tras otras, las gotas de agua, de la canilla, golpean sobre el acero de la pileta.
Exactamente una cada tres segundos.
Detrás suena el motor de la heladera, despacio, allá abajo, como ahogado pero constante.
Afuera, la brisa lenta, peina la arboleda de la calle.
No se escucha nada más.

Todo se me hace lejano… como si me estuviera yendo.

Lleno varias páginas de un cuaderno, de garabatos mareados.
Cuando ya no tengo mas para pensar ni decirme, solo tragar con dignidad el bocado amargo de la despedida, subo y me acuesto al lado de él.

Pronto el sueño me pudo, pues solo registro el amanecer.
El abre las cortinas y la luz del día se mete en el cuarto.
Hay en el espacio una incomodidad palpable, silencios nada habituales y una dilatación poco frecuente para enredarnos y terminar haciendo el amor.

Junto todas mis cosas, mientras lo miro moverse a mí alrededor.
Su cuerpo dorado huele a sol.
Está duro, como siempre, no tiene un cuerpo flexible, no es flexible. Es fuerte, determinante y consecuente con sus pensamientos y sentimientos. Su racionalidad impera.
Es como un árbol firme y de profundas raíces, frondoso, de amplias ramas florecidas, con una copa abierta hacia el cielo, con espacios sólidos para anidar en ellas.

Salimos, caminamos juntos, de la mano, lo beso cuantas veces puedo, en toda su cara, sus manos, sus brazos. El solo se deja, no responde.

Pues bien, me digo, tras haber venido por esto, lo encontraste, que te dijera allí, teniéndote a mano, sobre su cama, acariciado y amado, que ya no quería más de esto.

Me siento como el viento, como la brisa que sonaba, bonita y descalza, entre las ramas, la noche anterior, como las gotas livianas que cayendo sobre el acero hacían ruido, y tras ello, desaparecían en la superficie. Me siento aire que corre sin detenerse, que solo pasa y nada deja, que va y viene, que acaricia, refresca y nada lo contiene.
El se queda, allí, aferrado a su tierra, y yo no puedo anidar en sus ramas.

El lo sabe, el lo dice y yo que deseo un lugar en el, donde anidar y enraizarme, donde amar y ser amada, no puedo quedarme.

El camino hacia el la estación de Barrancas de Belgrano, fue el trayecto para la despedida. Apenas me toca, evita mi contacto.

Guardo su última mirada, la expresión más amorosa en su cara, la expresión mas desesperada y contenida al verme ir.
Guardo su determinación, tomo la mía y me voy.

La determinación no evita la libertad, la fortalece.

26/12/08

Pasarlo por uno

Ella lloraba la impotencia ajena mientras miraba, tirada en el sillón blanco del living, la película de Schnabel.

En 1985 Jean-Dominique Bauby, de 43 años, redactor jefe de la revista francesa Elle, sufrió una embolia masiva. Salió de un coma 20 días más tarde y descubren que es víctima del "síndrome de cautiverio", por lo que queda totalmente paralizado, no pudiendo moverse, comer, hablar ni respirar sin asistencia. Se convirtió en un prisionero de su propio cuerpo, siendo solo capaz de comunicarse con el exterior mediante el parpadeo de su ojo izquierdo.

Su historia dio lugar a la realización de la película “La escafandra y la mariposa”, dirigida por Julián Schnabel.

Bauby se mantuvo vivo, en un cuerpo muerto. Su ojo le sirvió para dictar lo que sentía y le sucedía.

Diez días después de la publicación de su libro, se liberó a través de la muerte, del cautiverio de su propio cuerpo.

Ella siguió llorando la impotencia propia, la de lo inalcanzable, la de lo imposible, la de lo inentendible, la del desamor.

RETIRO

Retiro, 24 de diciembre de 2008

Aquí todo el mundo espera, agarrados de sus equipajes, en pequeños grupos o en soledad.
Un pasaje en mano con el destino señalado.

De fondo sonoro, los motores encendidos de los ómnibus próximos a partir, murmullo de voces entremezcladas, un altavoz que va anunciando las salidas o entradas de los micros, e indica el número de plataforma para la partida.

Pasa, excedida en kilos, oprimida por una bermuda floreada, la típica señora con el sombrero de paja y antiguas gafas de sol.

La madre abnegada, acalorada, resignada, arrastrando entre malabares, bolsos, bolsitas, cajas y al energúmeno hijo adolescente, recién levantado de su cama, apenas peinado, con cara de “¿A dónde vamos?, conectado de sus orejas a un mp3.

El yupi que solo se quitó la corbata y cambió sus zapatos por un par de zapatillas blancas. Relajado entre una tribu indiferente que no le presta atención.

Las chicas modernas, lindas ajustadas, que hasta hacen combinar el color de las ojotas con el esmalte de sus uñas, las que han decidido revelarse y pasar estas fiesta en grupo, alejadas de la convencional reunión familiar. Aliviadas, y marcando rumbo hacia el extremo opuesto de lo pre establecido.

La pareja apurada que abre puertas corriendo, con los rostros desencajados y enrojecidos, jadeando y gritando algo inentendible, mientras con las manos en alto agitan un pasaje a modo de bandera flameante.

El nieto que acompaña a la abuela, la sube a micro, la sienta, acomoda su equipaje, le pone una estampilla en la frente, y cuando baja se frota las manos, y su cara satisfecha dice: “Tarea cumplida”.

El pibito insoportable que llorisquea y grita, aburrido en la espera, tironeando el pantalón de su padre.

Los que sacaron las camisas hawaianas y las gorritas con visera de entre la ropa de verano, guardadas con naftalina. Caminan ensanchados y con desparpajo, riendo y hablando en voz alta.

Una parejita se despide, más que acaramelada, abotonada contra la pared del hall.

El señor que pasa comiéndose un pancho, luciendo una bermuda corta, de la cual penden dos piernas lechosas y peludas, que terminan en un par de alpargatas con suela de goma recién sacadas de su bolsa de compra.

La chica “cheta” que calza caras botas de carpincho y chalina al cuello. Pasa y va dejando una estela de perfume caro. Un señor elegante le lleva el bolso y la acompaña hasta la escalinata del micro.
Un hombre le grita a su teléfono celular, mientras gira alrededor de su "Sansonite" y se agarra la cabeza.

Un flaco de espesos rulos se pelea con una enorme reposera plástica, adornada con un esmerado moño verde, al intentar meterla en la baulera del micro.

Inmiscuida en el mundo ajeno, entra, oportuno, un mensaje de texto en mi celular, era Pablo, le cuento donde estoy. Dice que me estoy convirtiendo en una hippie mas.

La imagen dinámica, cambiante segundo a segundo, va quedando retratada en mi cuaderno rallado, atravesada por mi subjetividad, hasta que quien la lea, se apodere de mi mirada, la haga suya y entonces los ruidos, los colores, los olores y las sensaciones le pertenezcan.

“Empresa Chevaliert, con destino a Arrecifes, anunciado para las 15,08, sale de plataforma número 31”

Minutos antes de que yo emprendiera mi viaje, alguien habrá escrito en su cuaderno rayado: "Una mujer sola, sentada en el piso de la terminal, apoyada contra un panel de vidrio, fuma mientras escribe absorta en un cuaderno"

23/12/08

Anita S.

La encontré en un bodegón de San Telmo frente al Parque Lezama. Sí, imagino que estarás pensando:”Quien diría que ibas a andar por allí, si el parque Lezama solo existía para nosotros a partir de Rolando Rivas y obviamente por televisión.”
Bueno, allí estaba, jamás hubiera reparado en ella sino fuera por que su certeza de quien era yo, hizo que se me parara adelante y pronunciara mi nombre insistentemente y con tono de pregunta.
La miré y de inmediato entendí que era alguien a quien yo debía conocer, pero por mas esfuerzo hecho no podía saber de quien se trataba. Lentamente fui encontrando algunos indicios en su rostro de que ahí había alguien de mi pasado. Mientras ella se sonreía, jugando con mi confusión, sin mediar preámbulos le solté la pregunta antipática, que no le borró el brillo a sus ojos: “¿Quién sos?
Me gritó su nombre y, en la sorpresa, nos agarramos fuerte en un abrazo.
Las imágenes y los recuerdos comenzaron a agolparse en mi cabeza como cuando caen las fichas en un tragamonedas.
Anita S, aquella enana terrible, compañera de los primeros años de la secundaria, la que usaba el guardapolvo blanco abotonado adelante y se paseaba con un pucho encendido por el patio de la escuela, en los recreos, desafiando a los celadores y sin importarle nada de lo que le dijeran. La misma que era capaz de tirar a su gata sobre las brazas y trepar a un árbol o meterse a jugar un partido de futbol con los varones en la cancha de Brown en Arrecifes, cuando íbamos para el día del estudiante.

¿Sabés?, ella dice que yo estoy igual, yo no le creo, sin duda la enana conserva aquella memoria de gigante que tenía por aquellos años, y que usaba para divertirse, como cuando con exactitud recordaba la fecha del período menstrual de algunas de nosotras (bien se las ingeniaba para enterarse), y no solo lo publicaba en el pizarrón, sino que también se nos solía acercar y en voz baja, fingiendo una actitud compinche, te decía que tenias el guardapolvo manchado. Ella disfrutaba del estado de pavor en el que una quedaba sumergida en medio de la vergüenza, hasta corroborar, de espaldas a una pared, que una vez mas era una de las suyas. A pesar de que el “chiste” algún día se hizo viejo, ella se seguía divirtiendo, ya que era imposible no fijarse, por las dudas.
La petisa se hacía odiar.

La verdad es que ella no está igual, aunque conserva sus dimensiones físicas, su rostro esta teñido por el paso del tiempo, no son arrugas, es como un velo añoso que le ha ido destiñendo las facciones. Sigue teniendo una particular voz ronca, pero ahora lleva anteojos.

De alguna manera ella había muerto para mí, a veces, los que desaparecen se mueren y a veces es al revés, aun desaparecido no mueres.

Abrió la billetera y sacó dos fotos, primero me mostró una de su nieta de apenas unos pocos meses, orgullosa y maravillada por una forma de amor nueva que yo no conozco, y luego otra, vieja y decolorida, donde ella, yo y tres compañeras mas, posábamos en la puerta de la escuela, levantándonos el guardapolvo, mostrando, divertidas y audaces, las piernas.

Para ella yo siempre estuve viva, e inclusive también vos, que hoy estas muerto.

22/12/08

Alguien ya dijo lo que yo te deseo.

UN POEMA DE SIGLO XIX
Por Víctor Hugo

Te deseo primero que ames, y que amando, también seas amado.
Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar.

Te deseo también que tengas amigos, y que, incluso malos e inconsecuentes, sean valientes y fieles, y que por lo menos haya uno en quien puedas confiar sin dudar.
Y porque la vida es así, te deseo también que tengas enemigos. Ni muchos ni pocos, en la medida exacta, para que, algunas veces, te cuestiones tus propias certezas.
Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo,para que no te sientas demasiado seguro.

Te deseo además, que seas útil, mas no insustituible. Y que en los momentos malos, cuando no quede mas nada, esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie.
Igualmente, te deseo que seas tolerante; no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil, sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente, y que haciendo buen uso de esa tolerancia, sirvas de ejemplo a otros.

Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa, y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer, y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste. No todo el año, sino apenas un día. Pero que en ese día descubras que la risa diaria es buena, que la risa habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras, con urgencia máxima, por encima y a pesar de todo, que existen, y que te rodean, seres oprimidos, tratados con injusticia y personas infelices.
Te deseo que acaricies un gato, alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal, porque de esta manera, te sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla, por mas minúscula que sea, y la acompañes en su crecimiento, para que descubras de cuántas vidas está hecho un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero, porque es necesario ser practico. Y que por lo menos una vez por año pongas algo de ese dinero frente a ti y digas: "Esto es mío", solo para que quede claro quien es el dueño de quien.

Te deseo también que ninguno de tus afectos muera, pero que si muere alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre, tengas una buena mujer, y que siendo mujer, tengas un buen hombre, mañana y al día siguiente, y que cuando estén exhaustos y sonrientes, hablen sobre amor para recomenzar.

"Si todas estas cosas llegaran a pasar, no tengo mas nada que desearte".

Traducción mas próxima de Palabras Descalzas

Una vez que te saliste de tus zapatos, llevas desnudos los pies.

Tu metro setenta se convierte en tu metro sesenta.

Tenés los pies apoyados sobre la tierra, podés hundirlos en la arena, dejar huella inequívoca en la playa húmeda.

Podés sentir la frialdad del mármol y la calidez de la madera.

Podes sentirte cómodo, en mayor equilibrio.

Podés meterte entre las sabanas.

20/12/08

Palabras descalzas

Una vez que te saliste de tus zapatos, llevas desnudos los pies.

Tu metro setenta se convierte en tu metro sesenta.

Tienes los pies apoyados sobre la tierra, puedes hundirlos en la arena, dejar huella inequívoca en la playa húmeda.

Puedes sentir la frialdad del marmol y la calidez de la madera.

Puedes sentirte cómodo, en mayor equilibrio.

Puedes meterte entre las sabanas.