1/7/25

 Beto abre la cámara. 

Me dice hola Maga y me pregunta cómo estoy.

No espera mi respuesta, es casi un formalismo.

Sin previa comienza a hablar de la salud de su mamá. Cuenta que ha desmejorado mucho en los últimos días. 

Dice, entre otras cosas, que se siente angustiado, triste, desalentado, que no sabe qué hacer y que no entiende porque ni ella ni su papá aceptan algunas alternativas de tratamiento. Se refiere a que no entiende porque su mamá se niega a hacer terapia.

Se pregunta qué esconde, que calla, que cosas no se anima ni siquiera a mirar. Tal vez, dice, una hipótesis sea que ese secreto que guarda sea lo que la sostiene.

Mientras tanto yo imaginaba la vieja casa de mi abuela en cuya galería había una viga torcida sosteniendo el techo. Todos la querían arreglar y el abuelo siempre decía que si lo intentaban el techo se vendría abajo, que así como estaba bien y al que no le gustara que no viera.

Con su dureza característica, Beto llora sin lágrimas. Se tapa la cara con las manos como si no quisiera que vea como se le enrojece los ojos. Levanta su gorra, se pasa la mano por el pelo gris y se la vuelve a acomodar.

Lo sigo escuchando con la tremenda certeza de que es eso lo que tengo que hacer porque si bien ya he acompañado a mis padres en sus últimos días, no se como es ser Beto en ese momento. Los dolores se parecen, pero en las profundidades todos son distintos.

Lo escucho como cuando escucho con el cuerpo, como cuando me convierto en un cuenco para recibir.

Dice que se desconoce cuándo va a visitarlos, que no es él, que no quiere ir, que se siente paralizado, duro, que no sabe cómo disimular la bronca y la impotencia que lo ahoga.

Dice que su mamá “se deja… se abandona” y que esa actitud suya lo deja a él atado de pies y manos y él quiere hacer, "un hombre hace cosas" repite.

Beto sospecha que lo que hoy le pasa a su mamá es producto de la vida que le hizo llevar su padre tan insensible y autoritario. La culpa a ella por no haber hecho nada para vivir distinto. Lo culpa a el por haberle hecho tanto mal.

El capitán Beto aun cree que con una hábil maniobra puede cambiar la vida de sus papas y hacer desaparecer el dolor sobre la tierra.

No para de llorar y se enoja porque dice que no puede aceptar que su mamá le diga que ya no quiere más.


29/6/25

Que hacen los amantes mientras sus parejas formales no los ven, no los escuchan, casi ni los tienen en cuenta? Cuando no tiene sexo ni entre ellos ni con sus parejas. Durante esas interminables jornadas de chat que suelen arrancar desde muy temprano, para muchos incluso antes de llegar al trabajo.

“Que tengas un buen día hermosa.”  (primer WhatsApp del día)

“Recibirlo es suficiente para que levantarme de la cama tenga mucho sentido. Amanezco con ganas renovadas para emprender lo cotidiano, lo rutinario. Con cierta ilusión de volver a los veintitantos cuando el mundo se presentaba como una aventura donde yo era la protagonista de una historia con final feliz.” Me resuenan las palabras de Milena.

Ellos se seducen, se presentan, se cuentan la vida,  quienes son y  de dónde vienen.  Se motivan, se estimulan.  Se sienten vivos, alegres, entusiastas. Se ríen, se pasan música, fotos.                                      

Se sienten lindos, ocurrentes. Elegidos.                                                                          Se sienten escuchados/leídos. Se sienten cuidados con amorosidad.

Se sienten deseados. 

De pronto la aparición de alguien nuevo en la vida amorosa de Milena la tiene llena de energía y acá estamos otra vez juntas en este nuevo capítulo de su vida. Adicta a los chat eróticos con hombres que dicen cosas interesantes y la hacen sentir como ella dice: “Genial”.

Miro mi celular. Respiro profundo. 

“Buenos días licenciada.”



16/6/25


Me despierto cada mañana con una sensación de vacío insoportable.
Doy vueltas en la cama, siento angustia. No entiendo por qué me pasa.
Miro mi entorno y todo está bien. 
Mi compañero duerme a mi lado. Tenemos una linda casa en un lindo barrio. Ahora mismo estoy escribiendo desde mi escritorio, veo el jardín, la pileta, el limonero. Tengo mi auto estacionado en la puerta, trabajo en lo que me gusta. Mis hijos están muy bien y sus hijas también. Mis últimos chequeos médicos dieron correctamente y podría seguir…

Registro esa sensación de vacío.
Es incomoda. 
Cuanto más me revuelco en ella más me enriendo entre las sábanas.
En un intento de huida salto de la cama.
Levanto las cortinas y escribo.
Aparecen palabras, desaparece la angustia.

Pienso en sexo. Agarro mi celular y busco la página de encuentros. 
La cierro y vuelvo a escribir.

En una hora comienzo a atender. Soy psicóloga.







 

28/9/20

Diálogos Vacíos


 


-¿Cuál es el drama de tu vida?

-¿Hoy?

-Si, hoy.

-Tener a mi mamá y que solo sepa de ella que se llama Ana y que fue médica.

- ¿Qué le pasó?

-Tuvo un ACV.

-Oh! Pobrecita. Que desgracia más grande.

-Para quién?

-Para ella, obviamente.

-No lo sé.

-¿Qué cosa no sabes?

-De quién es la desgracia.  Cada vez que me siento frente a ella y nos desconocemos mutuamente siento que la desgracia es compartida. Ella no sabe quién soy, no recuerda que soy su hija: ni siquiera mi nombre.  Y yo comienzo a desconocerla a ella, nada de mi madre queda hoy.

 



     - ¿Quién es esa señora?- me preguntó

-Es Celia, mamá.

- ¿Y quién es Celia?

-Tu hija menor, mami.

Mamá llevó la mirada a sus manos que descansaban sobre su falda.

- ¿Qué ves?- le pregunté mientras intentaba saber qué había pasado con su mente.

- ¿Quién? ¿Yo?

-Sí, vos.

-No sé, nada.




14/9/20

La persistencia de lo amargo


                                              La persistencia de la memoria - Dalì -


Me acuerdo de los caramelos de miel que aparecían como por arte de magia de la mano del doctor Vela García del Canal. Venía cada mañana a visitar a mi abuelo Amancio quien vivía con nosotros desde que se había enfermado.

Al llegar a casa el doctor saludaba desde la puerta de entrada y yo corría a recibirlo.

Siempre impecable, ni una arruga ni manchas. Usaba zapatos blancos de charol que compraba en Buenos Aires, en los pueblos no se conseguían ese tipo de excentricidades que él lucía sin pudor. Si no escuchaba su saludo al llegar, podía  adivinarlo por el aroma de su  perfume almibarado. 

Apenas me veía me regalaba una sonrisa y se agachaba hasta que con mi boca pudiera darle un beso ruidoso en la mejilla mientras él me daba asquerosas palmaditas en la cola, con esa mano grande y vigorosa. Antes de que yo pudiera decir algo,  hacía aparecer un caramelo de miel.

Recuerdo que lo tomaba como si fuera la sortija de la calesita y de inmediato me iba al patio a esconderme con la golosina  apretada en la mano.

Mientras me alejaba de èl lo escuchaba decirme: “no se lo cuentes a nadie, los caramelos de miel son solo para vos”. Eso me hacía sentir elegida.  

Además mi  mamá me había prohibido comer caramelos antes de las comidas, decía que después no probaba bocado.