Beto abre la cámara.
Me dice hola Maga y me pregunta cómo estoy.
No espera mi respuesta, es casi un formalismo.
Sin previa comienza a hablar de la salud de su mamá. Cuenta que ha desmejorado mucho en los últimos días.
Dice, entre otras cosas, que se siente angustiado, triste, desalentado, que no sabe qué hacer y que no entiende porque ni ella ni su papá aceptan algunas alternativas de tratamiento. Se refiere a que no entiende porque su mamá se niega a hacer terapia.
Se pregunta qué esconde, que calla, que cosas no se anima ni siquiera a mirar. Tal vez, dice, una hipótesis sea que ese secreto que guarda sea lo que la sostiene.
Mientras tanto yo imaginaba la vieja casa de mi abuela en cuya galería había una viga torcida sosteniendo el techo. Todos la querían arreglar y el abuelo siempre decía que si lo intentaban el techo se vendría abajo, que así como estaba bien y al que no le gustara que no viera.
Con su dureza característica, Beto llora sin lágrimas. Se tapa la cara con las manos como si no quisiera que vea como se le enrojece los ojos. Levanta su gorra, se pasa la mano por el pelo gris y se la vuelve a acomodar.
Lo sigo escuchando con la tremenda certeza de que es eso lo que tengo que hacer porque si bien ya he acompañado a mis padres en sus últimos días, no se como es ser Beto en ese momento. Los dolores se parecen, pero en las profundidades todos son distintos.
Lo escucho como cuando escucho con el cuerpo, como cuando me convierto en un cuenco para recibir.
Dice que se desconoce cuándo va a visitarlos, que no es él, que no quiere ir, que se siente paralizado, duro, que no sabe cómo disimular la bronca y la impotencia que lo ahoga.
Dice que su mamá “se deja… se abandona” y que esa actitud suya lo deja a él atado de pies y manos y él quiere hacer, "un hombre hace cosas" repite.
Beto sospecha que lo que hoy le pasa a su mamá es producto de la vida que le hizo llevar su padre tan insensible y autoritario. La culpa a ella por no haber hecho nada para vivir distinto. Lo culpa a el por haberle hecho tanto mal.
El capitán Beto aun cree que con una hábil maniobra puede cambiar la vida de sus papas y hacer desaparecer el dolor sobre la tierra.
No para de llorar y se enoja porque dice que no puede aceptar que su mamá le diga que ya no quiere más.
Es duro lo que contás.
ResponderEliminarEs difícil escuchar a alguien que sufre. Y no contar con argumentos reconfortantes.
Y lo es más el que una persona cercana tome malas decisiones, se abandone.
Besos.
No suele haber argumentos reconfortantes frente a situaciones tan dolorosas... a veces el otro solo necesita ser escuchado.
EliminarYa de por si es difícil ponerse en la vida del otro; más todavía es ahora desde otra perspectiva, otra mentalidad, otra realidad.
ResponderEliminarEl freno, lo que impide todo, es aceptar que esa otra persona hace/hizo las cosas diferentes, siente diferente, tuvo otras prioridades y otras urgencias, tomó malas decisiones (como todos) y tal vez decide vivir con sus consecuencias.
Esto que digo es a título personal, pero pareciera que es muy fácil desde afuera creer qué es lo mejor para la vida ajena, cuando puertas adentro vivimos con miserias sin resolver.
Aceptemos, lo bueno y lo malo, sin olvidar que fueron quienes nos dieron la vida.
Ay! sí, aceptación. Alivio. Cada uno hace lo que puede con su vida! Abrazo
EliminarMalos recuerdos después de leer el post.
ResponderEliminarEso sí, luego todo cicatriza.
Entiendo.
EliminarSaludos Toro.