3/12/13

LA CULPA ES DEL CHANCHO

 


Estoy borracha, bueno eso creo.

Si bien metí de manera correcta la llave en la cerradura, y no en cualquier cerradura, sino justamente en la de mi departamento, aún estoy bajo los efectos de una noche de excesos.

Entro y cierro la puerta con un golpe fuerte tras el cual también se va mi cuerpo tironeado por la inercia. Me incorporo con esfuerzo y me centro en mis pies, uno para adelante, después otro y así despacito, de a uno, me digo. Ahora estoy en el living, veo que hay objetos que no están en su lugar, que se van corriendo de un sitio a otro. Me causa gracia, me desconcentro de las pisadas y me detengo. Es una sensación extraña sentir que todo gira, y que cuando extiendo una mano para detener alguno de los objetos que se caen delante de mi nariz al piso, nunca llego a tiempo y todo se hace añicos, salvo, los que a escasos milímetros del piso cambian de dirección y vuelven a sus lugares, intactos. Son los menos, claro. El piso parece un campo minado y apenas puedo moverme, tengo miedo de pisar algo y que  explote.

No hay dudas, estoy muy borracha, ya que en este preciso momento se me están cayendo algunas lágrimas, y sin embargo estoy tentada de risa. Creo que tengo una tristeza contenta o, o podría ser un alegre desánimo, no sé muy bien.

Ahora me han dado ganas de vomitar, si, muchas ganas. Estoy mareada. Cierro la boca fuerte y me la tapo con las manos para detener la corriente ácida que sube desde el estómago hasta la garganta quemándome por dentro. Frunzo el ceño y la vuelvo a tragar, y cuando menos lo espero un torrente agrio y putrefacto se hace presente en mi boca y ejerce la presión necesaria para ser  expulsado como una catarata hacia el piso.  Mi cuerpo se arquea y vuelve como un latigazo. Algo caliente salpica mis piernas.  Siento asco, el olor penetrante me provoca arcadas y sigo escupiendo lo poco digno que queda de mí.

Trato de permanecer inmóvil, de pensar que hacer, pero ni siquiera sé cómo hacerlo, pensar digo, no sé por dónde empezar, si pensando o haciendo. Estoy cansada y tengo miedo de caerme sobre mi propia inmundicia.

De pronto me acuerdo del policía que me subió al taxi y me mandó a casa luego de pedirme la dirección. Golpeó la chapa del techo para indicarle al conductor que arranque y lo perdí de vista mientras el auto se alejaba. Me había preguntado si contaba con alguien que me ayudara y yo le dije  que sólo contaba conmigo, pensé que eso lo haría apiadarse de mí, pero habrá pensado que subirme al auto y mandarme a casa era suficiente pago para la mediocre chupada que le di, pero es que si por lo menos se la hubiera lavado me hubiera ahorrado semejante vomitada.

¡Sucio! ¡Asqueroso!
Y me caí.



Este cuento se lo dedico a Humberto Dib porque me ayudó a rescatar la esencia de un relato viejo  que quedó así,  y porque además es un  brillante administrador de ideas, para el todas  valen y se transforman si uno se anima a jugar con ella.