Estoy borracha, bueno eso creo.
Si bien metí de manera correcta la
llave en la cerradura, y no en cualquier cerradura, sino justamente en la de mi
departamento, aún estoy bajo los efectos de una noche de excesos.
Entro y cierro la puerta con un
golpe fuerte tras el cual también se va mi cuerpo tironeado por la inercia. Me
incorporo con esfuerzo y me centro en mis pies, uno para adelante, después otro
y así despacito, de a uno, me digo. Ahora estoy en el living, veo que hay
objetos que no están en su lugar, que se van corriendo de un sitio a otro. Me causa
gracia, me desconcentro de las pisadas y me detengo. Es una sensación extraña
sentir que todo gira, y que cuando extiendo una mano para detener alguno de los
objetos que se caen delante de mi nariz al piso, nunca llego a tiempo y todo se
hace añicos, salvo, los que a escasos milímetros del piso cambian de dirección
y vuelven a sus lugares, intactos. Son los menos, claro. El piso parece un
campo minado y apenas puedo moverme, tengo miedo de pisar algo y que explote.
No hay dudas, estoy muy borracha, ya
que en este preciso momento se me están cayendo algunas lágrimas, y sin embargo
estoy tentada de risa. Creo que tengo una tristeza contenta o, o podría ser un alegre
desánimo, no sé muy bien.
Ahora me han dado ganas de vomitar, si,
muchas ganas. Estoy mareada. Cierro la boca fuerte y me la tapo con las manos
para detener la corriente ácida que sube desde el estómago hasta la garganta quemándome por dentro. Frunzo el ceño y la vuelvo a tragar, y cuando menos lo espero un
torrente agrio y putrefacto se hace presente en mi boca y ejerce la presión
necesaria para ser expulsado como una
catarata hacia el piso. Mi cuerpo se
arquea y vuelve como un latigazo. Algo caliente salpica mis piernas. Siento asco, el olor penetrante me provoca
arcadas y sigo escupiendo lo poco digno que queda de mí.
Trato de permanecer inmóvil, de
pensar que hacer, pero ni siquiera sé cómo hacerlo, pensar digo, no sé por
dónde empezar, si pensando o haciendo. Estoy
cansada y tengo miedo de caerme sobre mi propia inmundicia.
De pronto me acuerdo del policía que
me subió al taxi y me mandó a casa luego de pedirme la dirección. Golpeó la
chapa del techo para indicarle al conductor que arranque y lo perdí de vista
mientras el auto se alejaba. Me había preguntado si contaba con alguien que me
ayudara y yo le dije que sólo contaba
conmigo, pensé que eso lo haría apiadarse de mí, pero habrá pensado que subirme
al auto y mandarme a casa era suficiente pago para la mediocre chupada que le
di, pero es que si por lo menos se la hubiera lavado me hubiera ahorrado semejante
vomitada.
¡Sucio! ¡Asqueroso!
Y me caí.
Este cuento se lo dedico a Humberto Dib porque me ayudó a rescatar la esencia de un relato viejo que quedó así, y porque además es un brillante administrador de ideas, para el todas valen y se transforman si uno se anima a jugar con ella.
Este cuento se lo dedico a Humberto Dib porque me ayudó a rescatar la esencia de un relato viejo que quedó así, y porque además es un brillante administrador de ideas, para el todas valen y se transforman si uno se anima a jugar con ella.