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En una mano llevaba sus zapatos, con la otra arrastraba lentamente una silla. Recorrióel lugar con paso lento y tranquilo. Había logrado burlarla seguridad del acuario escondido en un cuarto de baño.
Llegóhastala sala principal, en el primer piso, y divisó la pecera que buscaba en el medio de una habitación cubierta por una cúpula de vidrio, por donde esa noche parecía que la luna se colaba a mojarse los pies. Acomodó la silla frente a ella y se sentó. Fue buscando la posición y la distancia mas adecuada para quedarse allí, contemplando aquellos peces grises, esperando esa noche poder volver a ver esa aleta roja que lo había encantado una tarde que de casualidad entró a visitar el acuario. Esa aleta que todos negaban que existiera y que ante su insistencia le había hecho ganar el apodo del loco de la sirena.
Se recostó sobre el respaldar de la silla, abrió y extendió las piernas y movió relajado los dedos de los pies.
Luego de un rato se levantó, caminó alrededor de la pecera y observó e…
En una mano llevaba sus zapatos, con la otra arrastraba lentamente una silla. Recorrióel lugar con paso lento y tranquilo. Había logrado burlarla seguridad del acuario escondido en un cuarto de baño.
Llegóhastala sala principal, en el primer piso, y divisó la pecera que buscaba en el medio de una habitación cubierta por una cúpula de vidrio, por donde esa noche parecía que la luna se colaba a mojarse los pies. Acomodó la silla frente a ella y se sentó. Fue buscando la posición y la distancia mas adecuada para quedarse allí, contemplando aquellos peces grises, esperando esa noche poder volver a ver esa aleta roja que lo había encantado una tarde que de casualidad entró a visitar el acuario. Esa aleta que todos negaban que existiera y que ante su insistencia le había hecho ganar el apodo del loco de la sirena.
Se recostó sobre el respaldar de la silla, abrió y extendió las piernas y movió relajado los dedos de los pies.
Luego de un rato se levantó, caminó alrededor de la pecera y observó e…