18/5/11

CARTA A UN SEÑOR DE LA CALLE SUIPACHA.

Don Julio, usted sabe que yo siempre lo recuerdo, pero he de confesarle que últimamente lo he hecho mucho más.
Resulta que hace un par de días al volver a casa ya entrada la noche, comencé a sentir extrañas sensaciones en mi cuerpo, movimientos y ruidos internos realmente desconocidos, y por lo tanto desconcertantes.
Le diré que dentro de la desgracia de lo sucedido, fue una suerte que el asunto tuviera un rápido desenlace, y que antes de que terminara de preguntarme por tercera vez qué me estaba pasando, la razón de mis malestares me fue revelada. Vomité un sapo. Sí Don Julio, y no un sapito, un sapo adulto y verdadero. Un sapo mayúsculo y bien crecido.
No voy a ocultarle que por breves instantes fui presa de la desesperación, pero casi de inmediato usted se me apareció en la mente y recordé aquella carta en la cual usted le contaba a Andree a cerca de los conejitos que usted vomitaba.
Qué suerte fue haber sabido de su caso amigo, porque de no haberlo hecho, hubiera vivido momentos mucho más penosos, sin saber que estaba aconteciendo, o como usted dice, qué estaba yo, haciendo acontecer.
De cualquier manera Don Julio, usted imaginará que no es lo mismo vomitar delicados conejitos que amorfos sapos, húmedos y ásperos.
Le cuento que he copiado su técnica y para sacar a cada uno, me he metido los dedos en la boca como una pinza abierta. Así he agarrado a cada batracio por sus patas y luego, con un fuerte tirón, los arrancaba de mi boca dejándolo caer al piso. Cuando salió el tercero en el término de una semana, ya estaba absolutamente práctica en el asunto y con cierto arte lograba sacarlos casi sin sentir la desagradable sensación de su piel rugosa por mi garganta.
A raíz de lo que le voy contando, y como le decía al principio, pensé mucho en usted, y no puedo darme cuenta aún por qué razón usted aceptó con tanta resignación este contratiempo, sin buscar la causa y manteniendo el secreto tan celosamente.
Y es en este punto donde me encuentro en problemas, ya que mi espíritu curioso es el que me está llevando a querer saber de que se trata, y en el afán de encontrar a alguien que pueda ayudarme, le he contado a la profesora de química que viene a dar clases particulares a los pibes del barrio.
Se rió Don Julio, y lo hizo de una manera tan desfachatada, que entendí rápidamente que creyó que le estaba contando un chiste. Entre carcajada y carcajada, me pidió irónica que le vomitara uno, y fue ahí cuando me di cuenta de que por más esfuerzo que hiciera, no podía vomitar en público.
Y es coherente que eso me suceda, siempre he tenido un perfil bajo y he hecho cualquier cosa con tal de no llamar la atención. Ahora, además de ser casi imperceptible al mundo, vomito sapos. Qué le parece?
Pienso mucho, trato de registrar el momento de cada parición, si me permite llamarlo de esa manera, las circunstancias en que se daban, y que eran interrumpidas por la inminente arcada que anunciaba que uno de ellos iba a salir.
Por supuesto no he tenido las consideraciones amorosas que usted tuvo para con sus conejitos, le diría que yo casi los escupo y trato de que sea lo mas lejos posible de mi. Que asco me dan, caen muy orondos al piso sin darse por aludidos de mi desagrado. No debo aclararle que no me ocupo de su comida, no se me ocurre salir a cazar insectos para seguir engordando a estos horribles monstruos, que en realidad son una gran mentira, por que como verá, nadie me lo cree.

Iba caminando, vidrieras mirando y...


Ups!









Me encanta Buenos Aires!



La foto es mía.