8/1/14

SEXO POR METRO

 


No entraba aire por la ventana del cuarto, estaba abierta de par en par pero el ambiente estaba enviciado, como el mismo Buenos Aires en esos últimos días de diciembre, oscuro,  pegajoso y malhumorado.
Tratar de leer a la luz de la vela se convertía en una tarea harto difícil, sin embargo no podía abandonar la lectura, despatarrada en la cama y con la cabeza apoyada sobre una pila de almohadas que me aproximaban a la llama de la vela:
“…Dejé que pasaran unos minutos y volví a asomarme por la ventana para espiarla. Adele ahora estaba dándome la espalda y  se quitaba el vestido, lo levantó despacio  desde la falda y lo estiró por sobre su cabeza, la cual quedó tapada en el mismo momento en que se iban descubriendo sus nalgas redondas y rosadas, preciosas, ahí, al final de esa espalda eterna que se empequeñecía en extremo a la altura de la cintura. Tuve que hacer un esfuerzo por ahogar los suspiros que batallaban por salir de mi boca…”
De repente me desperté sobresaltada por unos gemidos que entraban por la ventana. Parecían tan cercanos que hasta tuve la excitante sensación de sentir el olor a sexo que despedían los cuerpos. Me los imaginé resbalando en su propio sudor, uno sobre el otro.
La vela se había consumido y todo era oscuridad.
Me quité del pecho el libro bajo el cual me había quedado dormida y traté de ponerme de pie para ir al cuarto de baño, tenía ganas de hacer pis. En ese momento noté que  los gemidos se detuvieron, imaginé los cuerpos fatigados extendidos inmóviles y sudorosos sobre la cama.  Ahora sólo se escuchaba el ladrido ahogado de un perro viejo y una voz de un hombre que gritaba el nombre de una mujer: “María, María…” y mientras lo repetía, la voz y sus rápidas pisadas se iban alejando por la calle.
Me puse de pie y extendí la mano buscando la pared, me apoyé sobre ella y a partir de allí me guie a ciegas hasta llegar al cuarto de baño.  Cuando logré entrar busque el inodoro al tanteo y al encontrarlo me paré frente a él, me bajé la bombacha  y me senté con los brazos colgados a ambos lados de mi cuerpo desnudo.
De inmediato me relajé escuchando el sonido del chorro de pis cayendo sobre el agua retenida al fondo del sanitario. Un tanto adormecida, me mantuve sentada esperando a que cayera la última gota, mientras tanto levanté uno y otro brazo y olí bajo mis axilas, luego llevé mi mano derecha hacía el rollo de papel higiénico, tomé el extremo que sobresalía y jalé de él hasta que mi brazo pasó de largo mi cuerpo. Respiré profundo un par de veces para paliar la falta de aire, mientras doblaba el papel y en simultaneo y de manera automática,  entre abrí las piernas y metí mi mano hasta llegar a los labios mojados, para secarlos.
El roce suave de la hoja de papel me inquietó. Abrí los dedos y dejé caer al agua el bollo humedecido, pero tan  rápido como pude, volví a repetir el movimiento de jalar del extremo del rollo y quedarme con otro trozo que  llevé otra vez por entre mis piernas abiertas hasta los labios que a esta altura se habían preñado de sangre y latían silenciosos.
El papel, como una pluma, recorría de una comisura a la otra de la resquicio vertical,  despacio y de manera esmerada provocándome colosales deseos por gemir el placer que estaba sintiendo, pero solo pude emitir el sonido de una profunda y agitada respiración, tal era el silencio de la noche, que no me animaba a romper.
Por fin apareció el espíritu irrefrenable, solté el papel y ya con la decisión de actuar hasta las últimas consecuencias, sin que nada me importara, recosté mi cuerpo sobre la tapa del inodoro, levanté las piernas abiertas, las apoyé sobre el lavabo, puse las yemas de los dedos de mi mano izquierda sobre mi clítoris y comencé a frotarlo con la maña que me inducía, sin excepciones, a una escalada de placer.
Cerré los ojos para apelar a mis empinadas fantasías  y vi un par de miradas libidinosas  que se asomaban por la ventana del cuarto mostrándose deseosas de entrar. Sin embargo ninguna de ellas se animó a interrumpir,  bastaba con que estuvieran allí, hambrientas y atentas, para que mi calor se convirtiera en sofoco y ya sin posibilidad de reprimirlo, rugiera un orgasmo.
Luego de ello mi cuerpo fue soltando la tensión, como un globo suelta el aire para desvanecerse y ser solo piel. Por unos instantes no pude moverme y quedé allí tironeada por la gravedad.
Poco a poco fui recobrando las fuerzas y me incorporé para regresar al cuarto orientándome por las paredes. Me puse de pie, oprimí el botón del sanitario, escuché el sonido del agua agolparse por las paredes del inodoro y salí a tientas y despacio hasta llegar a la cama.
Me tiré, me acomodé de costado, puse una de mis manos bajo mi cara y  aun cuando por la ventana, que continuaba abierta de par en par, no entraba más que calor y un murmullo lejano de alguien que parecía disgustado, me venció el sueño y me dormí.