Desde el mismo momento en que
amanecí para ir a trabajar desee que
fuera de noche para estar de regreso en casa y quedarme allí como en un refugio
seguro. Ese fue mi plan para aquel día,
volver cuanto antes.
Sin embargo cuando la tarde se
iba guardando debajo de cada abrigo de los transeúntes me encontré caminando en
la dirección contraria a mi casa. Iba
con paso rápido, apurado, como si corriera a hacer un trámite.
Al llegar a mi destino apoyé el dedo
índice sobre el timbre y lo mantuve oprimido más de lo necesario, seguía siendo
otro intento más de aferrarme a aquel plan y no arrepentirme. Me había
convencido de que lo mejor para terminar el día era ir a ver a Elena para luego
volver a casa cansado sin más ánimo que para dormirme.
Esa tarde me sentía irritado, aun
así me concentré en Elena y su figura desnuda y logré excitarme antes de subir a su departamento. Aun
trataba de hacerlo cuando me sobresalté
ante el sonido de la chicharra de la
puerta dándome permiso para entrar. Subí
dos pisos por escalera y corrí hasta la
última puerta en el extremo del pasillo.
Cuando estuve dentro del
departamento, cerré la puerta tras mis espaldas y vi que Elena estaba parada frente a mí con su
mirada lánguida y paciente. Era una hermosa puta, discreta y de pocas palabras. La había
conocido hacía cuatro años y desde hacía dos, era la suya la única boca a la que le
entregaba mi entrepierna. Había entre ambos una sinergia especial y nuestros
encuentros eran protocolares, empezaban, transcurrían y terminaban siempre de
la misma manera.
Yo llegaba a su departamento medianamente
excitado, con relativa urgencia, pero seguro de que al verla desnuda ante mí,
con el pelo recogido y los labios pintados de rojo furioso, se brincaría mi bragueta.
Ella me esperaba
parada frente a la puerta de manera que cuando yo entrara fuera lo
primero que viera. Acto seguido se arrodillaría a mis pies y me soltaría el
cinturón y el cierre para descomprimir y aliviarme. Me daba unos segundos para que
yo pudiera acariciar mi erección y luego ella
la aseguraba entre sus labios y la lengua hasta llevarme a la más
profunda y ciega inconciencia.
Algunas veces la miraba bambolear
el trasero mientras se movía rítmicamente yendo y viniendo hacia mí, pero
invariablemente terminaba con los ojos cerrados y el rostro de cara al techo,
casi en un gesto liberador y agradecido.
Me vaciaba en su cara y terminaba
de disfrutar al ver su gesto angelical recibiéndome.
Luego ella se ponía de pie e iba
al baño a limpiarse y a buscar un paño húmedo para limpiarme con la ternura más
inspiradora que alguna vez sentí, me hacía caer sobre el sillón de la salita en
la que nos recibía a sus clientes y con toda la dedicación me limpiaba el rouge
que me había dejado con aspecto ensangrentado luego de sus besos y sus lamidas…
y me hacía sentir que sólo ella podía curar mis heridas.
Mientras ella me limpiaba yo alternaba con mi mirada entre su imagen tendida amorosamente sobre mis rodillas, que solían
continuar temblando por un buen rato, y la caja de cuero azul que estaba sobre
mesa de arrime donde antes de irme dejaría mi paga por todo el amor
recibido…ella no sabe, porque nunca se lo dije, que en más de una ocasión le hubiera dejado mi vida toda en esa caja,
cada vez que en su boca yo encontraba un poco de paz, que aunque durara poco
últimamente, me daba descanso y esperanza.
Pero aquel día no fue como
siempre, ella estaba como sabía que debía estar cuando yo abriera la puerta,
pero yo llegaba distinto, algo alterado,
con una inquietud que me agitaba por dentro y me ponía ante la posibilidad de
estallar en cualquier momento. No la dejé arrodillarse, la tomé por debajo de
los brazos y la puse de pie frente a mí de manera que su boca esté cerca de la mía y pudiera
además mirarla a los ojos. Lo primero
que noté en ella, en su cara y en los músculos de su cuerpo, fue una cierta
tensión producto de la sorpresa, su mirada de extrañeza lejos de apaciguarme,
me sobre excitó y me vi tentado a
probarle los labios y a sentir el gusto de su lengua. Comencé a besarla, iba poniéndome más loco a cada segundo pero sabía
que no estaba enloqueciendo por ella, sino
que de alguna manera estábamos teniendo una despedida y que la estaba
homenajeando con una erección que se merecía pero que no le pertenecía.
Mientras la apretujaba con fuerza
contra mi cuerpo recorrimos la habitación con pasos torpes, en círculos, a
tropezones contra los muebles y las puertas y mientras yo la apretaba con
violencia me arrancó la camisa con una certeza impecable. De pronto tuve su
mano tibia sobre mi espalda y después de
tanto tiempo volví a sentir la sensación de una caricia. Fue tan agradable que
me noté desesperado por intentar retener ese momento de tan fuerte impacto. Esa
sensación ha quedado guardada en mi
memoria sensitiva como un parámetro a veces imposible de volver a alcanzar.
La mano temblorosa de Elena recorrió cada centímetro de mi piel, parecía saber
también ella, que ya no me volvería a
tocar. De pronto nos encontramos en el baño y con una pericia más propia de su
deseo que de las destrezas adquiridas por su trabajo, me quitó el pantalón y me
dejó desnudo aun sin dejar de besarme.
Un ímpetu irrefrenable hizo que la arrancara de mí y la pusiera de
espaldas sobre el mármol helado de la mesada del baño. La tomé por la cintura y
la acomodé a la par de mi entrepierna, cuando la tuve a mi altura, sin pensarlo
y exigido por un terrible deseo le abrí las nalgas y la penetré sin cuidado. Su
gemido de dolor me invadió los oídos, nunca la había escuchado gritar y no me gustó.
Eso aumentó mi ímpetu por cogerla y lo hice violentamente. A diferencia de lo que hubiera supuesto, ella parecía
gozar con el dolor que yo necesitaba infligirle.
Creo que en realidad necesitaba
sentirme poderoso, y en aquella situación con Elena me sentí así, enérgico y
lleno de valor.
Fue una embestida ajena de
sentimientos, puramente instintiva por parte de ambos. Elena se
dejaba mover a mi antojo como si fuera un objeto de mi pertenencia y disfrutaba
con ello, pude notarlo, y como un animal empujé frenéticamente dentro de ella para vaciarme,
cuando lo logré cerré los ojos y llevé la cara hacia el techo para largar el
aire que venía conteniendo, liberarme y agradecer por aquella sensación de placer. Luego
bajé la cabeza lentamente para buscar la espalda de Elena que continuaba
tendida sobre el mármol, y en el trayecto encontré mi imagen frente al espejo,
tenía la boca pintados de rojo intenso con el labial que Elena se lucia para
esperarme. Parecía como si unas garras me hubieran lastimado la cara, como si
alguien hubiera querido arrancarme la piel. Me quedé mirándome inmóvil,
extrañado por mi imagen, sorprendido y paulatinamente resignado. Por fin baje
las defensas, dejé caer los brazos a los costados de mi cuerpo y di un paso
hacia atrás abandonando definitivamente el cuerpo de una mujer.
Luego de haber sentido tanto valor
me encontré allí observando, con tristeza y lleno de miedo, la patética imagen
de mi infelicidad. Volví a lamentarme por no haberme podido enamorar de aquella
puta maravillosa, me vestí rápido, vacié toda mi billetera en la caja azul de
la sala y me fui.
Por fin llegue a mi casa, me tiré
en la cama y lloré hasta agotarme y
quedarme dormido.
Los días subsiguientes comenzaron
a ser distintos, dejé de pelearme conmigo mismo y comencé a hacerlo con los
prejuicios de los demás, pero claro que los entendía, si en definitiva yo mismo
había sido un prejuicioso y el primer verdugo al juzgarme por mi
homosexualidad.
Ahora puedo decirlo y he notado
que más de uno a quien le corroboro las
sospechas que tenían, quedan perplejos, mudos, como prefiriendo que no se los
hubiera dicho.
Es que la verdad muchas veces nos
incomoda al punto de seguir eligiendo las mentiras.
Ahora por favor siga siendo tan
respetuoso como lo fue mientras me leía y si lo desea deje su comentario en el
mismo tono.
Gracias por haber llegado hasta
aquí.
Federico