Nunca pensé que Juan
se enamoraría de mí luego de conocerme mientras yo me masturbaba entre las
góndolas de un supermercado chino.
Durante bastante
tiempo mantuve el prejuicio de pensar que mi actitud solo podría haber generado
en él, el hambre que era capaz de despertar una puta. Él dice que en ese momento solo quedó sorprendido ante
una escena inesperada que lo sacó precipitadamente de la imagen de un trapo de
piso que era lo que estaba buscando.
Pasó en verano, en una
tarde insoportable donde la temperatura de más
de 34 grados había ahogado la ciudad y la había dejado casi desierta. Una puerta, no
importaba cual, era lo que yo buscaba en
aquel momento, un lugar donde resguardarme del calor. La de aquel supermercado
resultó ser la indicada. Cuando se abrió sentí el fresco que paulatinamente me
fue reconfortando. No sólo buscaba allí sacarme el sofoco de mi caminata, sino
también un espacio que me apartara del deseo de satisfacerme sexualmente.
Caminé con la cabeza
gacha por los estrechos pasillos, entre las estanterías atestados de mercadería
polvorienta, miraba hacia el piso. De
pronto vi pasar a mi lado un par de ojotas descoloridas sobre la cual se
rebalsaban un par de pies sucios, con las uñas largas. Una extraña repulsión
hizo que levantara la cabeza para encontrarme con la cara de un joven oriental
que no me quitó la vista de encima hasta que se perdió detrás de una góndola.
Sentí el olor a la
carne que salía de la heladera ubicada al fondo del pasillo, caminé hasta allí.
Ya no sentía calor, pero, ni el fresco, ni
aquel fuerte, espeso y abombado olor a carne, desalentaban
mi excitación, todo por el contrario, la potenciaba. Entonces, y ya sin pensar,
como aquejada por una borrachera, todo se
apagó detrás de mis parpados. Me agaché para tocar mis rodillas y sentir como
mis manos rozabas despacio la piel de mis muslos y se metían tras el ruedo de
la pollera para llegar a mi entrepierna…allí sentí la carne húmeda y aquel olor de su entrepierna
que no podía quitarme de la cabeza. Y ya no pude, no solo detener mi excitación,
sino tampoco el terrible orgasmo que sucedió luego de agitar mis manos
de manera frenética, mientras que mi espalda hacia tambalear una fila de
escobillones que colaban de un estante.
Mantuve los ojos
cerrados hasta que el calor de mi cuerpo volvió a desaparecer y aquel fuerte olor a carne se tornó desagradable e invasivo. Entonces al abrir los
ojos vi a Juan por primera vez parado
delante mio sin sacar su vista de mis piernas. Quité mi mano de debajo de la pollera y me
limpié disimuladamente sin dejar de observar su pálida rigidez. De pronto su
voz le puso existencia a su cuerpo inmóvil,
me preguntó con voz monótona, sí
tenía bombacha.
Le dije que no.
Luego me preguntó cómo
me llamaba.
- Ofelia- dije.
-Yo Juan- dijo él
Su cara fue recobrando
los colores y para mi sorpresa lo escuché que me pedía disculpas.
-Lo que vi fue lo más
maravilloso de mi vida- dijo.
Y justo cuando
estábamos en la formalidad de las presentaciones, una señora china, enojadísima,
apareció tras los baldes plásticos. Gritaba en su idioma, inentendible para
mí, se movía con ademanes exagerado y señalaba
las cámaras del circuito cerrado de televisión y a un joven que estaba frente a
uno de los monitores y que se pasaba la mano por sus genitales motivado por las
imágenes que se habían transmitido a cada rincón del supermercado.
Ya no había más razón
ni posibilidad de quedarme allí, de modo que sin demorarme un segundo emprendí
la marcha hacia la puerta de salida acompañada por los gruñidos de aquella
mujer desencajada que se controlaba para no golpearme.
Cuando estuve en la
calle y nuevamente envuelta por el calor asfixiante, me di cuenta que detrás mio
venía caminando, silencioso, el muchacho que había conocido entre las góndolas.
Caminamos así, sin pronunciar palabras un largo rato. Yo imaginaba que cuando
menos lo esperara desaparecería de mi
vida, detrás de cualquier esquina, como tantos otros descubridores de mis debilidades, pero no, aquel no abandonó
mi paso.
-¿A dónde vas?- le
pregunté.
- Realmente, y por
primera vez en mi vida, no lo sé...
Yo seguí en silencio y
él a unos pocos pasos detrás de mí, parecía un perro, lo único que le faltaba era ladrar.
Estoy segura que eso me enamoró de él, su fidelidad,
su ternura y su incondicionalidad.